Ya hablamos aquí de la personalización como una de las claves actuales del MTB. En tanto que la bicicleta es una suma de componentes a partir de la geometría de un cuadro, queda abierta la veda de que cada cual cace su presa. ¡A combinar! Orbea, por ejemplo, luce a día de hoy en su web el número posibles combinaciones a la hora de adquirir una Orca: 1.492.992. Sí, has leído bien: casi millón y medio de opciones jugando con todas las opciones que ofrece. Vale, es un ejemplo de carretera pero en MTB está pasando ya lo mismo.
Claro que no es lo mismo ponerle nombre a tu bici que elegir entre una serie de componentes para la bicicleta. En principio Orbea te da a elegir el modelo, luego diversas opciones de color y a continuación entras en el variopinto mundo de los componentes. Tendrás que elegir plato, piñón, rueda, tija de sillín, sillín y cinta de manillar. Después viene ponerle nombre. Eso sí, dos líneas con diez caracteres como máximo en cada una de ellas. Por última, queda la talla.
Bien, el camino está trazado: tú eliges. Ahora bien, creo que hay una notable diferencia entre personalización estética (nombre sobre el tubo horizontal y color) y funcional (componentes). Entiendo que el producto está estandarizado de tal forma que permite casi cualquier cosa que le montes, pero no sé cómo entender esta «delegación» de conocimiento en el usuario. Sobre todo, cuando el pedido entra a través de la web. Me explico.
Quizá sea este un terreno interesante de analizar: cómo interactúa el usuario con la marca para decidir en conjunto lo que mejor conviene. Pero… un momento, ¿esto no lo hacíamos antes en la tienda? ¿Dónde queda la distribución tradicional con todo este poder en manos del usuario? ¿Son simples puntos de almacenamiento cercanos al cliente?
Pues aquí dejo la pregunta. Porque para mí la respuesta tiene su miga 🙂
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