Esto es lo que argumenta von Hippel en uno de los capítulos de Free Innovation, su último libro: Pioneering by Free Innovators, usuarios por delante de las marcas. Y es que la industria necesita la certeza de que los números cuadran mientras que el usuario de a pie solo está buscando lo que a él le conviene y le sirve con una satisfacción íntima de haber adecuado (de forma radical o incremental) el producto o servicio de que se trate a sus necesidades. Vamos con un ejemplo aplicado a nuestra investigación.
Cojamos, por ejemplo, el tema de la estética, uno de los «habituales» entre los miembros del foro. El fabricante, en este caso Orbea, tiene que tomar decisiones basadas en su saber hacer, con más o menos información de mercado y de acuerdo con lo que su gente experta en diseño gráfico diga. ¿Qué puede hacer un usuario? Decidir que esa pintura que aporta la marca no le convence y ponerse manos a la obra para cambiarla. Lo podrá hacer en plan bricolaje o con ayuda de profesionales. Pero, lo importante del asunto es que ¡lo podrá hacer! Eso sí, tendrá que tener en cuenta garantías y demás.
¿Y si al pintar «de otra manera» su bici el usuario de repente marca tendencia? En este mundo de loca viralización, lo mismo sucede que una pintura alternativa inunda las redes sociales por vete tú a saber qué extraña razón. Vale, hablo de pintura, pero ¿qué puede pasar con alguno de los muchos componentes con los que un usuario puede personalizar su bici? Que el usuario puede tomar multitud de decisiones al margen de la opinión del fabricante.
En MTB es de sobra conocido que todo empezó a través de los pioneros allá en los años 70 del siglo pasado en California. Hasta que la industria entendió que había negocio pasaron unos cuantos años. La Stumpjumper de Specialized, la primera bici de montaña fabricada de forma industrial, no salió al mercado hasta 1981 y, por cierto, curiosamente ¡manufacturada en Japón! Era un modelo que mezclaba componentes que provenían de las motos y también de las bicis de carretera. Pero los pioneros ya llevaban varios años trasteando con sus cacharros. Algo muy similar, por cierto, a lo que sucedió con la práctica del kayak de aguas bravas que ha dado lugar al rodeo-kayak, una práctica muy analizada por Hiennerth y von Hippel como ejemplo paradigmático de innovación de usuario.
En aquellos años del comienzo los pioneros del MTB acabaron pasándose al lado de la industria. Nombres como los de Gary Fisher, Tom Ritchey o Joe Breeze, entre tantos otros, acabaron vinculados a marcas míticas del MTB. Von Hippel aporta datos de sus investigaciones en torno al kayak para mostrar cómo la innovación se va desplazando desde los usuarios pioneros hacia la industria a medida que el sector se consolida. Sin embargo, no tengo tan claro que hoy esto sea así. Defiendo esta opinión por dos factores:
- Los usuarios cada vez disponen de más capacidades para innovar (información, medios técnicos y comunicación fácil).
- Cada vez más la personalización gana terreno y es evidente que el famoso market of one no puede llegar a todos los rincones.
Otro asunto, además, es hasta qué punto existe lo que se ha venido en llamar «hidden innovation«, esa que queda fuera de las cámaras y que acontece en los garajes y en los talleres de bricolaje de tanta gente. Von Hippel muestra una tabla en la que se distribuyen diferentes elementos de motivación para que quienes practican kayak innoven. Iría muy en línea con toda su argumentación de que fabricantes e innovadores desde la economía doméstica se rigen por patrones muy diferentes:
En fin, dependiendo de la madurez del sector (o del producto) parece que los «free innovators», como los ha bautizado von Hippel, pueden llevar la delantera a la industria tradicional. Así que, la I+D+i «oficial» puede ganar mucho abriendo vías de colaboración con free innovators. Otra cosa es cómo. De ahí esta tesis doctoral en curso… 😉
La imagen es de blucolt en Flickr.