Para entender el ciclismo hace falta también mirar a quienes han conseguido llegar a ser leyenda. Por ejemplo, entre los grandes ganadores del Tour de Francia, Anquetil, Merckx, Hinault e Indurain comparten el trono de pentacampeones. Un tal Armstrong quiso socavar semejante jerarquía, pero al final se descubrió su trampa y terminó defenestrado en el infierno del dopaje masivo organizado.
Pero años atrás, el primero de los pentacampeones, Anquetil, lo pregonaba sin ningún rubor en unas declaraciones al periódico L’Équipe: «Hay que ser un imbécil o un hipócrita para imaginarse que un ciclista profesional que corre doscientos treinta y cinco días al año puede aguantar sin estimulantes». Ya veis, todo es relativo.
Paul Faurnel, escrito francés, publicó en 2012 La soledad de Anquetil, un particular retrato del que fuera primer pentacampeón del Tourr de Francia. La editorial Contra, con la traducción al castellano de Gabriel Cereceda, lo ha publicado en 2017. Y sí, por supuesto, entender el ciclismo pasa también por hurgar en tipos como Anquetil, un personaje en toda regla.
Claro que hay que situar la escena en los años 50 y 60 del siglo pasado y en una forma de practicar el ciclismo todavía no como la entenderíamos hoy. Sin embargo, Faurnel explica una y otra vez que fue Anquetil quien dio paso al ciclismo «moderno»: la labor de los gregarios, la planificación minuciosa de las carreras, la profesionalización o la incorporación como sponsors de marcas comerciales no relacionadas con el ciclismo. Todo ello sucedió a través de Anquetil.
Comparto aquí tres breves extractos de este libro. El primero relacionado con el dolor, el segundo con los fracasos y el tercero con una visión moderna de aquello en lo que podía estar convirtiéndose el ciclismo.
Hay una diferencia enorme entre «sentir daño» y «hacerse daño». Los deportistas lo saben bien. A Anquetil lo le gusta sentir daño pereo sabe hacerse daño como nadie. El esquema no es ni pasivo ni directamente masoquista. Forma parte de ciertos deportes, a modo de camino obligatorio hacia la victoria. En bicicleta, este camino de dolor es visible.
Un día, por diversión, y para mostrar desprecio por la gran historia del ciclismo, organiza una comida de antiguos corredores donde todos deben llevar el maillot que jamás ganaron: Poulidor va por fin de amarillo, Anquetil ostenta el maillot arcoíris de campeón del mundo, Altig lleva el rosa del Giro de Italia, etcétera. Los recuerdos de los tiempos del ciclismo están ahí, perennes, prestos a brotar, pero también están ahí para que se rían de ellos, para que se sirvan de ellos, para que los restablezcan de forma irrespetuosa a su altura exacta en el destino de los hombres.
El ciclismo es un deporte con suerte. Mantiene con los medios de comunicación unas relaciones duraderas y privilegiadas. La prensa escrita le va como anillo al dedo, la radio de maravilla y la televisión le sienta como un guante. Hay que decir que el ciclismo, sobre todo con motivo de las grandes vueltas, tiene florituras de folletín y atracciones de tríptico turístico. En este contexto, los campeones reciben su porción de gloria.