No hay duda de que hoy nos venden el poder económico de los eventos como ese imán capaz de atraer a un montón de gente que, claro, algo gastará mientras acude al sitio en cuestión. Los eventos aparecen como elemento transversal a cualquier tipo de oferta: puede ser un congreso académico, empresarial o de cualquier cosa que tu imaginación sea capaz de pensar. En nuestro mundillo, el MTB, hace ya mucho tiempo que crecen las marchas, más o menos populares, como setas en un otoño lluvioso en el valle de Ultzama.
En el asfalto no se quedan atrás: las marchas cicloturistas (aunque las hay bastante competitivas, por cierto) ofrecen a los amantes del pedaleo en carretera una gran oportunidad para disfrutar de una experiencia inolvidable y, además, hacer piña con colegas de afición. Y, ojo, porque si el evento funciona, la mancha de aceite se extiende: acabará habiendo también oferta para MTB, carrera a pie, a caballo o en piragua si hace falta. Todo sea para diversificar las hordas de posibles peregrinos.
Frente a esta masificación concentrada en uno o dos fines de semana (o en varias etapas si es el caso), existe otra oferta mucho más sostenible: el goteo constante de ciclistas que vienen atraídos por la oferta del destino en cuestión. No digo que ambos conceptos –evento y goteo– no puedan convivir, pero es evidente que hoy en día el primero ha cobrado una relevancia inusitada. Ahí andan compitiendo las grandes marchas MTB del calendario nacional por ver quién la tiene más larga: los 10.000 del Soplao, los 101 de Ronda, la Orbea Monegros, el Gran Fondo Priorat o las Bike Race de Andalucía, La Rioja o la Mediterranean. Y otros tres millones de marchas que me dejo de citar.
El «evento» tiene el problema de la obsesión que genera por medir el corto plazo. Y es que parece más lógico mirar con perspectiva: ¿ha servido el evento para generar una dinámica positiva hacia el futuro alrededor del destino en el que se llevó a cabo? Ya lo dice el refrán: pan para hoy y hambre para mañana. Es posible que muchos eventos ahora mismo estén bajo la lupa porque tienen que ofrecer obligatoriamente resultados a corto.
En el caso del MTB: las marchas, por ejemplo, ¿sirven para que quienes habitan allí de forma continuada consigan mejores perspectivas económicas?, ¿sirven para generar cohesión social?, ¿sirven para preservar el medio natural?, ¿para divulgar el patrimonio? ¿De verdad están sirviendo para ganar calidad de vida y bienestar? Mirar al ingreso económico de corto plazo puede suponer un error fatal. Si no conseguimos dinámicas sostenibles en el tiempo el invento no sirve.