Me temo que el asunto se está volviendo cada vez más complicado. Preservar los espacios naturales implica regulación y, de acuerdo con los cánones actuales, supone prohibir. Sí, por si acaso, prohibir. O si se quiere usar un verbo menos drástico: restringir. Nuestras bicis, de la mano de la masificación de ciertos lugares emblemáticos, son vistas como potenciales enemigas de la preservación del medio natural. Punto.
Es cierto que existen estudios que indican que la erosión de la rodada de una bici es menor que la de una bota o la de una herradura de caballo. Aparte quedan, por supuesto, motos y quads, que son las que se llevan la palma en cuanto erosión. Por supuesto, hay formas y formas de pedalear por el monte. Si vas derrapando, olvida lo anterior: pasarás al lado oscuro de quienes degradáis el monte.
Es evidente que no hay mejor regulación que la que se deriva del respeto mutuo. La mayor parte de la gente que va a pie te cede el paso cuando vas en bici. En realidad, deberíamos hacer al revés, pero hay una ley no escrita que dice que con una sonrisa, un aviso previo y un contacto visual, normalmente da igual cómo lo hagamos, nos entenderemos entre quienes vamos a pie, a caballo o en bici.
El gran problema, para mí, está en la masificación. Y aquí todo se agrava por la efervescencia de marchas. Que tú o yo pasemos por cualquier pista o sendero no va a ningún lado. Que lo hagamos con la cuadrilla de colegas tampoco. El drama sucede cuando una prueba de MTB consigue hacer pasar por el mismo sitio a cientos de ciclistas en un período corto de tiempo. Y no solo hablo de las rodaduras, sino también de lo que la gente tira (o se les cae, por simple probabilidad) o de esos plásticos y marcas de diverso tipo que no retiran al cien por cien al terminar.
El monte necesita un número de visitantes razonable. Transitar por un sendero es contribuir a mantenerlo. Si no se pasa por allí, el sendero se cierra. Usarlo es mantenerlo. Pero con un volumen razonable de personas. Supongo que la gente disfruta cuando ve cientos y miles de congéneres de su misma especie, todos vestidos de romanos dispuestos a pedalear. Ya, pero, ¿qué pintan miles de ciclistas atravesando un paraje natural a lo largo de una mañana o de un día? Frente al placer de una ruta tranquila (o al ritmo con el que más disfrutes), el espíritu competitivo de hacerlo en el mínimo tiempo posible y con cientos de almas a tu alrededor. Houston, tenemos un problema.
Cuantas más marchas de MTB por el monte, peor lo vamos a tener desde el punto de vista de la regulación. Cuanta mayor masificación de fin de semana en ciertos lugares, la sombra de la prohibición será mayor. Yo quiero ir al monte y quiero hacerlo en bici. Quiero pisar sendero, como lo hace la gente que va a pie. No quiero molestar, quiero convivir en el mismo espacio.