Siempre he pensado que el deporte profesional, sobre todo el de élite, vive en territorios peligrosos. Me refiero al simple hecho de que la exigencia de resultados conduce necesariamente a prácticas que se aproximan a los límites. Y piensa en límites de todo tipo: éticos, de superación física, de ambición personal o de espectacularización (las masas necesitan pasarlo bien). Límites, claro está, que no siempre conducen por un camino sano. Sí, el deporte de élite no es para cualquiera; es para personas dotadas de unas características que escapan de la normalidad. Andy Miah escribe sobre ello en varias ocasiones en el libro que comentábamos la semana pasada. El dopaje encuentra nuevos caminos.
El caso es que estoy leyendo ahora El ciclista secreto, un curioso libro publicado por la editorial Libros de Ruta. Digo «curioso» porque no sabemos quién lo ha escrito. Me queda algo menos de la mitad por leer, pero hay una idea que constantemente me viene a la cabeza: el deporte profesional por dentro es bastante diferente respecto a cómo se nos suele presentar en los medios de comunicación masivos. Se supone que el autor es alguien del actual pelotón profesional y que cuenta con sobrada experiencia. Hay referencias a las grandes vueltas de 2018; así que es de suponer que todavía esté en ejercicio. Y también sabemos que es extranjero por cuanto el libro ha sido traducido por Aitziber Elejalde Sáenz, según se puede leer en los créditos.
El autor insiste en que las reglas del juego son tales que cada cual hace lo que el guion exige: «Nuestro deporte existe únicamente porque la publicidad y la promoción de productos lo permiten, por lo que está estrictamente prohibido que un ciclista muestre su opinión sobre el equipamiento.» Se refiere al hecho de que los ciclistas son esclavos de las marcas que los patrocinan. Los jefes son los jefes y hay que rendir pleitesía al material que se recibe por mucho que uno no esté a gusto con él.
El deporte profesional ha entrado de lleno en el mundo del dataísmo. Se exigen resultados y se siguen planes meticulosos en los que cada cual sabe exactamente qué es lo que tiene que hacer: cumplir con lo que los datos dicen. El entrenamiento por sensaciones dio paso al que seguía las pautas de la frecuencia cardíaca y en la actualidad el dios de la mejora tiene que ver con los vatios. Pero tanto cientifismo muestra otra cara de la moneda:
Ahora, los equipos lo supervisan todo y hay mucha menos libertad. No quiero que parezca que nos espían, pero es muy fácil saber dónde se encuentra un corredor mirando los archivos de GPS de Training Peaks, una aplicación que usamos para hacer el seguimiento de nuestros entrenamientos.
El Gran Hermano llega también al ciclismo profesional. Un ciclista no puede escapar a la tiranía de los datos. Haga lo que haga, la trazabilidad de sus ejercicios y entrenamientos es total: sabemos lo que estás haciendo, no puedes engañarnos. Es curioso que el autor afirme que «ahora somos menos independientes y se parece más a un trabajo de verdad.» Parece que el «trabajo de verdad», tal como lo entiende, no queda muy bien parado. Quizá aquella pasión por vivir de lo que te gusta –andar en bicicleta– esté dando paso a una profesionalización que elimina todo rasgo de disfrutar para dejarlo en manos de «haz lo que tienes que hacer». «El ciclismo es cada vez más científico en lo relativo a entrenamientos y seguimiento del rendimiento de los corredores y, por lo tanto, también se ha vuelto más implacable. Los resultados lo son todo.»
En fin, ya añadiré algún otro post cuando termine el libro. Insisto, por lo que he leído, me parece una aportación muy interesante para entender cómo el ciclismo profesional se ha transformado en algo bien distinto de lo que fue. Quizá, como todo, el tiempo todo lo cambia y no solo se trate del ciclismo: el dataísmo, ya lo dijo, Harari, es la nueva religión.